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CUENTOS

EL FLAUTISTA DE HAMELÍN

La hermosa ciudad de Hamelín era un lugar tranquilo... hasta que un día una plaga de ratones invadió todas las casas. El alcalde, desesperado, ofreció mil marcos a quien librara a la ciudad de la terrible plaga. 

Pasaban los días y nadie encontraba el remedio, hasta que apareció un joven, alto, delgado, que ocultaba su flauta bajo una capa. El curioso personaje pidió hablar con el alcalde.

-Señor alcalde -dijo el joven- yo ya tengo el secreto para libraros de los ratones, pero soy pobre y necesito saber que me daréis una recompensa.

- He ofrecido mil marcos a quien nos de una solución.

-De acuerdo entonces, antes de que anochezca no quedará ni un solo ratón en Hamelín.

Se dirigió entonces a la plaza mayor donde empezó a tocar una bella melodía con su flauta, la gente comenzaba a desconfiar del joven, y entonces apareción un raton, y otro, y a este último le siguieron cinco más, cada vez aparecían más ratones, llegaron tantos que era imposible contarlos. Cuando había cientos de miles, el joven se dirigió hacia el río, se sumergió hasta la cintura y lo cruzó, los ratones siguiendo la melodía entraron en el río y se ahogaron, no quedó ni un ratón con vida. Todo el mundo aclamaba al salvador de la ciudad, quien se dirigió al ayuntamiento para recibir su recompensa, para su sorpresa, el alcalde le entregó una bolsita de cuero que tan sólo contenía cien marcos.

-Señor, esto no es lo convenido, me ofrecisteis mil marcos y no me pienso ir hasta que me los déis.

-Insolente, ¿cómo te atreves a pedir mil marcos por tocar una vieja flauta? ivete de aquí y agradece mis cien marcos, que todavía te los puedo quitar!

Sin pronuanciar ni una palabra más el flautista salió enojado a la calle y comenzó a tocar la melodía hasta que todos los niños de la ciudad le siguieron, las madres se dieron cuenta y adivinaron lo que ocurriría, pero una vez llegado al río el flautista cambió de trayectoria y se dirigió a una colina, un niño cojito quedó atrás y vio como todos sus amigos quedaron sepultados dentro de una montaña, no se escuchó ni un solo ruido, no se veía a ningún solo niño, ni al misterioso flautista.

El alcalde se vio obligado a abandonar la ciudad, pues todo el mundo le acusaba de responsable de lo ocurrido por su tacañería.

El niño cojito quedó solo en la ciudad, todas las madres le querían y le hacían regalos, era el único niño de la ciudad, pero estaba triste, pues no tenía a nadie con quien jugar.

De repente un día, recordando a sus amigos mientras se encontraba sentado en aquella colina, vio un objeto brillante, era la flauta del joven misterioso. El niño que tenía muy buena memoria, trato de repetir la melodía, la tierra comenzó a estremecerse, y la montaña se abrió, todos los niños salieron de la montaña. El cojito fue recibido por todo el mundo en la ciudad como un héroe, el nuevo alcalde le recompensó con mil marcos, la flauta fue quemada, y la ciudad de Hamelín, feliz y tranquila, fue librada de ratones, y también de tacaños.

 

Cuentos maravillosos para antes de ir a dormir, Abel Burgos Navarro.

BARBA AZUL

Este era un hombre fabulosamente rico, que poseía ilimitadas tierras y numerosos castillos. Tenía una enorme barba azul que le daba un aspecto terrible y por la que todo el mundo le llamaba Barba Azul. Cerca de su enorme castillo, había una casita en la cual vivía una pobre viuda con sus dos hijas: 

Ana y Elisa, muy bellas las dos. 

Cierto día Barba Azul se pasó por casa de la viuda, para pedirle una de sus hijas como esposa, este le dejo elegir a la viudad que hija se casaría con él. Al principio ninguna de las dos hermanas quería casarse con el, pues las dos sabían que las anteriores esposas de Barba Azul habían desaparecido.

Finalmente Elisa, seducida por las riquezas de Barba Azul, aceptó ser su esposa, y se casó con él. A los pocos días de tratar con atención y mimos a su nueva esposa, barba azul le dijo:

-Hoy debo ausentarme todo el día; toma las llaves del palacio. Puedes recorrer el palacio libremente, pero te prohíbo terminantemente que entres en el gabinete que hay al fondo del corredor y que se abre con esta llavecita, si me desobedeces, mi cóleraserá terrible.

Elisa recorrió todo el palacio, y al final del día cuando ya habia recorrido todo, la curiosidad le pudo, y pensó

"mi marido no tiene por qué saberlo", se dirigió al gabinete prohibido, e introdujo la pequeña llave, la puerta se abrió lentamente. Al principio Elisa no veía nada, pues las ventanas estaban cubiertas, pero cuando sus ojos se acostumbraron a las oscuridad, advirtió con horror que varias mujeres degolladas pendían colgadas de la pared, ieran las anteriores esposas de Barba Azul!, debido al terror, dejó caer la llavecita, que se manchó de sangre. Corrió a su habitación y la limpió, pero se dio cuenta de que era una llave mágica, pues cuanto más frotaba más aparecían las manchas de nuevo.

A la mañana siguiente Barba Azul llegó y le pidió las llaves a Elisa, ésta temblando se las entregó.

-Señora, habéis pecado como las demás, y también moriréis.

Toda súplica por parte de Elisa fue en vano, -al menos dejadme rezar mis oraciones.

-Bien- contestó Barba Azul- Tenéis un cuarto de hora, después moriréis por haberme desobedecido.

Elisa llegó a su habitación y llamó a su hermana a voces, pues su antiguo hogas estaba justo debajo de la torre -iAna, mira a ver si vienen nuestros hermanos!- pues justo debían llegar ese mismo día. -Mujer, baja ya, o subiré yo mismo- amenazó Barba Azul, -Ya bajo, un momento- respondió Elisa.

-iElisa ya vienen! iya vienen nuestros hermanos!- exclamó Ana.

Los hermanos entraron en palacio y acabaron con el malvado Barba Azul cuando éste se dirigía hacia Elisa.

Elisa heredó las riquezas de su marido, y trajo a palacio a su madre y a su hermana, donde fueron muy felices. Elisa hizo la promesa de no volver a desobedecer jamás la órdenes de su esposo, si alguna vez lo volvía a tener.

 

Cuentos maravillosos para antes de ir a dormir, Abel Burgos Navarro.

EL DOCTOR SABELOTODO

Éste era un pobre leñador que ganaba el sustento de su hogar con la leña que acopiaba en el monte; luego la transportaba a la ciudad en una vieja carretilla tirada por dos bueyes. Nuestro hombre se llamaba Cangrejo y era muy trabajador, aunque un poco ingenuo e ignorante. Cierto día la criada de un médico le compró leña y le rogó que se la llevara a su casa. Cuando Cangrejo llegó el médico estaba comiendo. El hambriento leñador suspiraba ante los suculentos manjares que vía, y pensó que si él fuera médico podría comer y beber lo que quisiera. Se dirigió al médico y le pregunto si sería posible que el también fuese médico. -iClaro que sí!- contestó el médico- no tienes más que comprarte un abecedario de los que tienen un gallo pintado, luego te mandas confeccionar dos trajes y pones un cartel en tu puerta que ponga "doctor sabelotodo", y a esperar clientela. Ya verás. El ingenuo leñador que no comprendió la sorna del médico, se despidió dándo las gracias por el consejo. Se compró el abecedario y los dos trajes, y puso un cartel en su puerta donde ponía "doctor sabelotodo". Y se puso a recibir clientes. 

Cierto día llegó a casa un señor preguntando por el doctor Sabelotodo.

-Yo que todo lo sé, solucionaré su problema. iNo se aflija, solucionaré su problema!- le contestó Cangrejo. El caballero le ogreció una generosa paga si descubría a los rateros que le robaban. Así que condujo a Cangrejo a su residencia, acompañado de su esposa, pues no quería ir sin ella. LLegaron a la enorme mansión, y hallaron la mesa servida. El dueño les invitó a comer, entonces apareció un primer criado con una bandeja de ricos manjares.

-Ese es el primero- dijo el doctor refiriéndose al primer plato. El criado en cambio, pensó que se refería a él, y fue a la cocina. -Nos ha descubierto, ese doctor lo sabe todo- dijo a sus compañeros.

Apareció el segundo criado con el segundo plato, y ocurrió lo mismo, y también con el tercer criado. El tercer criado llamó al doctor con un disimulado gesto, y Cangrejo se dirijió a la cocina, allí los criados se disculparon, se mostraron muy arrepentidos de haber robado a su amo, y le ofrecieron una recompensa y decirle el lugar donde estaba escondido el oro robado a cambio de no delatarles. El doctor volvió al comedor, sacó su diccionario simulando que ahí encontraría la respuesta del oro robado, pero el problema es que buscaba la página del gallo dibujado, y el doctor pasaba las páginas de dos en dos sin darse cuenta, entonces muy nervioso exclamó -iParece que estás escondido eh, pues se que estás aquí y tendrás que salir de una vez!

El cuarto criado que estaba escondido salió de su escondite, dándose por aludido con las palabras del doctor, y señaló el lugar donde estaba escondido el oro robado. 

El dueño de la mansión le dio una recompensa tan grande, que se hizo rico y jamás tuvo que dedicarse a ser leñador.

 

Cuentos maravillosos para antes de ir a dormir, Abel Burgos Navarro.

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La reina abeja

Autor: Perrault

Tres hermanos habían partido, cada uno por un lado en busca de dinero y fortuna. Los mayores eran guapos y listos. El menor, llamado Benjamín, no tan guapo y un poco distraído. Tiempo después se encontraron. Los grandes se rieron de Benjamín y le comentaron: “Si nosotros, con todo nuestro ingenio no hemos podido salir adelante, ¿cómo quieres hacerlo tú, siendo tan bobo?” Andando, llegaron a un hormiguero. Los mayores quisieron romperlo para divertirse viendo cómo corrían los asustados insectos. Pero Benjamín intervino—Dejarlas tranquilas. No las molestéis. Pasos más adelante encontraron un lago con muchos de patos. Los mayores propusieron coger de un par de ellos para asarlos y comerlos. Pero Benjamín se negó: —Dejarlos en paz. No los molestéis. Por último, en el tronco de un árbol, hallaron una colmena. Producía tanta miel que ésta se derramaba por las ramas. Los hermanos mayores planearon encender una hoguera para hacer humo,  y así, expulsar a las abejas y comerse toda la miel. Pero Benjamín salió en su defensa: —Dejarlas en paz. No las molestéis. Cansados de caminar sin rumbo, llegaron finalmente a un pequeño pueblo donde, por culpa de un hechizo, todos los animales y los habitantes se habían convertido en piedra. Entraron al palacio del pueblo. La corte y el rey habían sufrido el encantamiento de otra manera: habían caído en un sueño profundo. Tras recorrer los grandes pasillos, los tres hermanos llegaron a una habitación donde había un hombrecillo de corta estatura. Al verlos, éste no les dijo nada. Simplemente los cogió del brazo y los llevó a una mesa donde estaban servidos ricos manjares. Cuando terminaron de cenar, sin pronunciar palabra, llevó a cada uno a un dormitorio. Los tres durmieron mucho, y despertaron llenos de energía al día siguiente. El hombrecillo fue por el hermano mayor y lo llevó a una mesa de piedra para darle de desayunar. Sobre ella estaban escritas las tres pruebas que debía superar para librar al pueblo del encantamiento. La primera era ésta: en el bosque, bajo el musgo, estaban las mil perlas de la princesa. Había que buscarlas todas antes de que el sol se pusiera y traerlas al palacio. Si no las encontraba, él mismo se convertiría en piedra. El mayor fué pero, a pesar de su esfuerzo, sólo halló cien, y se convirtió en piedra. Al día siguiente, el segundo hermano realizó la prueba, pero sólo halló doscientas y también se convirtió en piedra. Llegó el turno de Benjamín. Éste llegó pronto y se puso a buscar en el musgo. Casi no encontraba ninguna y se sentó en una piedra a llorar. Pero por allí andaba el rey del hormiguero que él había salvado. Venía acompañado de miles de hormigas para encontrar las perlas. En muy poco tiempo habían encontrado todas y las juntaron en un montón. Cuando volvió al palacio para entregarlas, Benjamín encontró que le esperaba la segunda prueba. La llave de la habitación de la princesa se había caído al fondo del lago. Era necesario recuperarla. Al llegar a la orilla vio a los patos que había protegido de sus hermanos. Todos se sumergieron bajo el agua y, en cuestión de minutos, uno traía la dorada llave en el pico. La tercera prueba era la más difícil. Entre las tres hijas del rey, que estaban dormidas hacía meses, había que escoger a la menor, que era la más buena. El problema es que eran muy parecidas. Sólo las diferenciaba un detalle: Las dos mayores habían comido un terrón de azúcar, y la menor, una cucharada de miel. “¿Qué debo hacer?” pensó Benjamín muy sofocado. Pero entonces, por la ventana entró volando la reina de las abejas y se posó en la boca de la que había comido miel. De este modo, Benjamín reconoció a la más joven. En ese mismo instante se rompió el encantamiento. Los habitantes del palacio despertaron y todas las figuras de piedra volvieron a ser humanos. Benjamín se casó con la princesa más joven y, años después, llegó a ser rey. Sus hermanos, liberados también del hechizo, se casaron con las otras dos hermanas. CARLOS JAVIER TORRES SEQUÍ

LOS AMIGOS DE ANA

Autor: Silvia Garcia

 

Ana siempre decía lo mismo cuando sus padres no le compraban lo que  ella quería. 
- ¡No es justo, no es justo, no es justo! - gritaba - ¡Tengo muy pocos juguetes, no es justo! chillaba mientras pataleaba. 

Era una niña tan caprichosa que ni su propia familia sabía qué regalarle por su cumpleaños. Y además, se cansaba muy pronto de sus juguetes. 

Un día en el cole su amiga Leire llegó muy triste. 
- ¿Qué te pasa?, le preguntó Ana. 
- Que mañana es el cumpleaños de mi hermano y mis papás dicen que no tienen dinero para comprarle un regalo. No es justo… 

Ana pensó entonces en todas aquellas veces que había llorado diciendo lo mismo. Así que llegó a su casa y le preguntó a su madre si podía invitar a Leire y a su hermano a jugar ese fin de semana a casa. A la madre de Ana le extrañó que su hija quisiera compartir sus juguetes, pero por supuesto que le dio permiso.

Ese sábado los tres niños jugaron juntos con los juguetes de Ana. Y al sábado siguiente también. Y al otro y al otro…. Ana estaba contentísima jugando con sus nuevos amigos, que ya no necesitaba que le compraran tantas cosas. Se le pasaba el tiempo volando y siempre quería que fuese sábado para que Leire y su hermano fueran a su casa a jugar. 

Un fin de semana, los padres de Ana se tuvieron que ir de viaje así que Ana fue a casa de Leire y su hermano a jugar. Ana vio que allí tenían pocos juguetes y que los pocos que tenían estaban muy gastados, como la ropa que llevaba Leire al cole. 

Los niños jugaron durante horas hasta que llegó el momento en el que Ana se tenía que  marchar. Le encantó haber hecho muñecos con cartón.. Ana pensó en todas las veces que había pedido juguetes nuevos y en lo mucho que se había enfadado cuando sus padres no se los compraban y se sintió muy mal. 

Esa misma noche Ana le contó  a su madre lo que habían estado haciendo. 
- Sabes mami, lo que no es justo es que Leire y su hermano tengan los juguetes viejos y la ropa estropeada. Ojalá todos tuviéramos lo mismo y todos los niños pudieran ser felices.

Poco a poco, Ana fue entendiendo que se había equivocado diciendo tantas veces eso de "no es justo" porque había cosas mucho más importantes en la vida que tener juguetes nuevos por todas partes. CARLOS JAVIER TORRES SEQUÍ

¡ME GUSTA MÁS TU CASA!

Autor: Eva maría Rodríguez

Una Jirafa vivía en el zoo en un lugar muy grande, donde crecían árboles altísimos. Pero a la Jirafa le parecía que su espacio era muy pequeño.


A su lado estaba la casa del Elefante, que era mucho más grande. El Elefante campaba a sus anchas. Pero estaba triste, porque su espacio no tenía árboles tan altos como los que tenía la Jirafa.

La Jirafa y el Elefante nunca habían tenido muy buena relación y se pasaban el día protestando, porque ninguno estaba a gusto con lo que tenía.

Un día, la Jirafa le dijo al Elefante:
- ¡No es justo que tú tengas una casa más grande que la mia!

El Elefante respondió:
- Pero es que yo soy mucho más grande que tú. Lo que no es justo es que tu casa tenga árboles tan altos y bonitos.

El Elefante y la Jirafa llegaron a un acuerdo. El Elefante dijo:
- Un momento, ¿qué te parece si cambiamos las casas?

A la Jirafa le pareció bien. Al principio era muy feliz, porque tenía mucho espacio donde no paraba de correr. Pero pronto se cansó de agacharse a comer las hojas de los arbustos. Eran muy bajitos para la Jirafa, que tenía la cabeza muy alta.

Don Elefante también estaba feliz al principio con aquellos árboles tan altos, pero pronto se cansó de no tener el espacio suficiente para poder moverse agusto.

La Jirafa y el Elefante volvieron a hablar. La Jirafa dijo:
- Me gusta tu casa Elefante, pero necesito árboles más altos para poder comer. ¿Podrías devolverme mi casa?

A lo que el Elefante respondió:
- Creo que es buena idea. A mí tus árboles altos me gustan, pero necesito más espacio para moverme. 
Y la Jirafa añadió:
- Es justo que cada uno tenga lo que necesita. Yo soy una jirafa y necesito árboles altos para comer. Tú eres un elefante y necesitas mucho sitio para moverte.
- Tal vez podríamos visitarnos de vez en cuando. Yo podría disfrutar de tus árboles y tú de todo este espacio - propuso el elefante.
- Perfecto. Eso sí que me parece justo.

Desde aquel momento la Jirafa y el Elefante dejaron de discutir y se convirtieron en grandes amigos. CARLOS JAVIER TORRES SEQUI

EL PINGUINO AVENTURERO

Autor: Eva María Rodríguez

Había una vez un pingüino que vivía en el Polo Norte que, cansado de pasar frío, decidió que quería ir a vivir a la selva.
Su familia le decía - ¡No digas tonterías! -
- ¿Qué vas a hacer tú en la selva, con el calor que hace? -le decían sus amigos.

Pero el pingüino que era muy cabezota y tenía muy claro lo que quería no hacía caso.
- Mañana me iré -dijo-. Voy a dormir un poco para recargarme de fuerzas.

Al día siguiente, el pingüino se fue en un barco de científicos que habían estado estudiando las costumbres de los pingüinos en el Polo Norte.

Tardó mucho tiempo en llegar a la selva, pero lo consiguió. Pero cuando llegó estaba muy cansado y moribundo. Apenas había comido en los últimos días y estaba reseco. 

Haciendo un gran esfuerzo, se metió en una charca a bañarse, pero el agua estaba tan caliente que el pingüino tuvo que salir en cuanto se metió.
- Tendré que comer algo -pensó el pingüino. Pero allí no había nada que el pingüino pudiera comer.

De repente, el pingüino escuchó un ruido aterrador. Miró y vio a lo lejos un animal a rayas que caminaba a cuatro patas y que tenía unos enormes bigotes. 

- ¿Qué es eso? -dijo el pingüino.
- ¡Corre, corre! -dijo una lagartija que pasaba por allí-. ¡Es un tigre! ¡Y está hambriento! Vete antes de que te coja para cenar.

Pero los pingüinos son bastante lentos. Era imposible que saliera de allí con vida. Entonces…

- ¡Despierta, despierta, pájaro inútil! Si quieres irte tendrás que hacerlo ahora mismo. Hay un barco a punto de zarpar.


Era uno de sus amigos que no estaba de acuerdo con su decisión, pero, a pesar de ello, la respetaba.

- ¿Sabes qué? -dijo el pingüino-. He cambiado de opinión. Puede que esté cansado de pasar frío, pero aquí tengo a mi familia, a mis amigos, tengo comida, agua y ya conozco todos los peligros.
- Entonces, ¿te quedas? -preguntó su amigo.
- ¡Me quedo!

Y así fue como el pingüino que quería vivir en la selva cambió de idea. Desde entonces disfruta mucho más del frío, de los baños y de los peces que come. CARLOS JAVIER TORRES SEQUÍ

 

 

 

EL LEÓN QUE SE CREÍA CORDERO

Existió en otro tiempo un pobre león que creía ser un cordero. Por más pruebas que su físico le daba, no atenía a razones, ni podía creer que fuese un león. Pero no se trataba de cabezonería o de locura, sino de un grave error cometido por la cigüeña encargada de aterrizarle durante su nacimiento. Aquella noche, la cigüeña se encontraba realizando entregas de bebés corderos para sus mamás ovejas. Terminado el reparto, todas las mamás corrieron hacia los corderitos buscando el suyo, y una vez se marcharon, la cigüeña observó que se habían dejado a uno. Consternada, decidió abrir la mantita que cubría al corderito abandonado, y atónita exclamó:

  • ¡Es un león! ¡Cómo he podido equivocarme!

Revisó la cigüeña el cuaderno en el que anotaba cada uno de los deseos y encargos de nacimiento y comprendió el error: «Doña Leona Leoncia Pérez me ha encargado un hijo. Se lo llevaré hoy tras el reparto de los corderitos», decía la nota.

Pero cuando la cigüeña dio un paso atrás para coger al leoncito y devolverle a su hogar, observó como una mamá oveja se había colocado sobre sus lomos para darle calor,  decidida como estaba a adoptarle. La cigüeña procuró explicarle a la oveja el error que había habido en el reparto, pero la oveja no quiso escucharle embistiendo fuertemente a la cigüeña.

  • ¡Bueno, bueno! Pues quédese con él si es lo que desea- Exclamó la cigüeña enojada y confundida.

Y así fue como comenzó la historia de aquel león que se creía cordero en un rebaño. A pesar de todo el leoncito lo pasaba de miedo jugando con sus primos, pero lo cierto es que en aquellas tardes de juego muchas veces había lágrimas, debidas a que el pobre leoncito era el único del rebaño que no sabía embestir, provocando en consecuencia la risa de todos sus familiares y amigos. ¡Qué triste le ponía no saber embestir como los demás!

Pasado el tiempo, todos los corderitos crecieron y el leoncito también. ¡Era el mayor carnero del mundo! ¡Qué orgullosa estaba su mamá! Sin embargo, el rebaño cada vez estaba más extrañado de aquella situación, a la que ahora se sumaba el no saber balar. El león se había convertido sin entenderlo en la víctima de todos los golpes y de todas las carcajadas de los corderos.

Y así sucedió hasta que, una noche, un lobo hambriento se presentó ante el rebaño. Asustado por los ruidos el león se escondió tras su madre. Pero los ruidos no cesaron y el lobo se presentó ante sus propios bigotes amenazando a su madre con comérsela.

  • ¡Socorro! ¡El lobo me va a devorar!- Gritaba su madre aterrada.

Fue entonces cuando el alma de aquel león surgió feroz, persiguiendo al lobo con todas sus fuerzas. Corrieron y corrieron hasta que ambos, lobo y león, terminaron al borde de un gran abismo; abismo que el lobo no pudo esquivar temeroso como estaba de los grandes rugidos que le dirigía el león.

Nadie volvió a burlarse de él después de aquél suceso, convirtiéndose en el héroe del rebaño. Sin duda era el carnero más valiente del mundo; un león que se creía carnero, y que fue feliz creyéndolo para siempre desde entonces.

 

Fernando Navarro Sánchez

JUAN SIN MIEDO

Había una vez, en una pequeña aldea, un hombre ya mayor con sus dos hijos.

El mayor era un muchacho constante y muy trabajador, que colmaba de alegría continuamente a su padre. El más pequeño, sin embargo, solo le daba disgustos:

• Hijo mío- Le dijo en una ocasión el padre a su hijo menor- Tengo poco que dejarte cuando me vaya, y no has hecho por encontrar una buena posición con la cual puedas vivir cuando me vaya decentemente. ¿Qué te gustaría hacer?

• No es cierto papá. Muchas veces oigo historias y leyendas plagadas de monstruos que aterran, y sin embargo, a diferencia del resto que las escuchan, no siento ningún miedo. ¡Quiero aprender a sentirlo!

Disgustado el padre, creyendo que su hijo pequeño no se tomaba la vida en serio, le dijo enfadado:

• ¿Crees que eso será suficiente para tu porvenir? ¡Pues márchate a buscar el miedo!

Tras aquellas palabras, Juan se despidió de su padre y su hermano y emprendió su camino. En él se encontró a un sacristán con el que se decidió a entablar una conversación, cansado como estaba de caminar solo y en silencio.

• Soy Juan Sin Miedo- Le dijo.

• Extraño nombre posees, pequeño- Respondió sorprendido el sacristán.

• ¿Podría mostrarme usted lo que es el miedo? Siempre he vivido sin él, y he emprendido este camino lejos de mi casa para poder encontrarlo.

• Quizá pueda ayudarte, pequeño. Cuenta una leyenda, que más allá del valle, existe un terrible castillo gobernado por un mago malvado. El dueño del castillo, un pobre rey ha prometido una gran recompensa a aquel que se atreva a enfrentarse al mago y a hacerle salir del castillo. Hasta ahora todos lo que lo han intentado han huido muertos de miedo. Sin duda allí podrías encontrar al miedo.

Decidido, Juan emprendió de nuevo el camino dispuesto a no parar hasta divisar las torres del dicho castillo. Una vez allí, Juan se acercó y situó junto a la misma puerta en la cual se encontraban dos guardias reales, que vigilaban aquella puerta principal:

• Soy Juan Sin Miedo y deseo ver a vuestro rey.

El más fuerte le acompañó al salón del trono y allí el monarca le explicó las condiciones necesarias que debía reunir para conseguir liberar el castillo del poder del malvado mago.

• Te entregaré todo el oro de mi reino si consigues pasar tres noches allí y liberar a mi castillo de la oscuridad.

• Le agradezco sus palabras, su majestad, pero yo en realidad solo quiero descubrir lo que es el miedo.

• «Qué valiente y honesto es este muchacho»- Pensó el rey tras escuchar sus palabras, sin embargo pocas son mis esperanzas ya…

Juan se dispuso entonces a pasar su primera noche en el castillo, cuando de pronto, le despertó un alarido que procedía de un espectro tenebroso:

• ¿Quién eres que hasta te atreves a despertarme?- Preguntó sin más reparo Juan.

Y por más alaridos que realizó el fantasma, solo consiguió burlas por parte de Juan Sin Miedo. A la mañana siguiente el rey visitó a Juan, advirtiéndole de que todavía le quedaban un par de noches en el castillo para conseguir su objetivo y promesa cumplida de liberar el castillo. Advertido, y ya dispuesto a dormir en la segunda noche, de nuevo Juan Sin Miedo escuchó unos alaridos que le alertaron. Tras ellos, Juan se dispuso a cortar la cadena que acarreaba el fantasma que le había desvelado aquella segunda noche, y tras cortarla el fantasma desapareció para siempre de la habitación y del castillo.

El monarca consideraba que toda aquella valentía no era suficiente para enfrentarse al maleficio, y de este modo Juan Sin Miedo llegó a la tercera noche, y una vez dormido, escuchó los ruidos de una momia espeluznante que le acechaba:

• ¿Por qué interrumpes mi sueño?- Preguntó Juan.

Al no recibir respuesta Juan Sin Miedo tiró de la venda de la momia, tras la cual, misteriosamente, se encontraba el malvado mago.

• Parece que mi magia no responde frente a ti. Déjame escapar y liberaré al castillo de mi encantamiento- Dijo el mago.

¡Qué alegría sentía el rey y la comarca entera! Todos se reunieron a las puertas del castillo para celebrar la valentía de Juan Sin Miedo y honrarle por su hazaña. Así, el rey le ofreció residir en su castillo, y Juan permaneció allí mucho tiempo, convencido de que nunca conocería al miedo. Trascurrieron los años, hasta que una de las hijas del rey dejó, trasteando, caer una pecera colmada de pequeños peces sobre la cama de Juan Sin Miedo.

• ¡Qué horror! ¡Qué miedo!- Exclamó exaltado Juan retirándose el agua y todos los peces del rostro.

Y así, con unos sencillos pececillos de colores, fue como Juan descubrió lo que era el miedo. ¡Quién lo iba a decir! Desde luego no la joven princesa, que decidió guardar el secreto de lo ocurrido para que todos siguiesen conociendo a aquel hombre como “Juan Sin Miedo”.

 

Fernando Navarro Sánchez

ESTOS CUENTOS ESTAN BASADOS EN CUENTOS COGIDOS DE LIBROS Y DE INTERNET, PERO ESTAN REESCRITOS POR MI CAMBIANDO LAS FRASES Y PALABRAS PARA DARLES UN TOQUE PERSONAL. Carlos Javier Torres Seqí, Abel Burgos Navarro y Fernando Navarro.

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